Dejamos Monemvasía. Eso significa que dejamos a Greco. Es un gato. Y aunque buscaba cobijo por las noches para protegerse de la lluvia, y también comida (de Nemo), no quería mucho más de nosotros. Los perros y gatos callejeros de Grecia campan a sus anchas. Su vida es la calle y así ha sido, muy probablemente, desde que nacieron. Generaciones de perros y gatos que se las saben buscar para sobrevivir. Duermen bajo los coches y entran en los cubos de basura para buscar comida. Se arriman a las personas cuando quieren algo de ellas pero no establecen mucha más conexión. Tampoco la quieren. (Puedes leer el post donde contamos cómo conocimos a Greco aquí).

Continuamos ruta. Una hora y media, aproximadamente, separan Monemvasía de Esparta. Dejamos la costa y atravesamos pequeñísimas poblaciones del interior mientras nos imaginamos la Gran Esparta. Cuando nos aproximamos nos asombra que, verdaderamente, es una ciudad. No te imagines una cosa muy grande, pero sí una pequeña ciudad con todo. No estábamos acostumbrados a esto en Grecia. Todo lo que habíamos visto hasta ahora, salvo Nafpaktos, había sido bastante modesto. Tamaño pequeño, muy rural y, seguramente debido a que era invierno, prácticamente vacío. Esparta es como un barrio de Madrid. Un barrio de los de siempre. Con su calle principal, su plaza, sus restaurantes, sus tiendas de todo un poco. Bloques de edificios de viviendas, colegios, parques. Verdaderamente un barrio.

Llegamos por la tarde, y después de caminar por la arteria principal de la ciudad, Nou Palaiologou, en torno a la cual crece toda Esparta, nos vamos a la auto a cenar y a repasar un poco la historia de este lugar, antes de que el día siguiente nos encontremos con él cara a cara.

Un poco de historia

Los espartanos eran una sociedad curiosa. Cruel, desde nuestro punto de vista de sociedad del siglo XXI, inclusiva (o que trata de serlo) y respetuosa con los derechos humanos. Sin embargo, en aquel entonces, y para ellos, su modelo era ideal. Tal era así, que llegaron a ser envidiados e imitados por otros, que aspiraban parecerse, aunque sea un poco.
Los espartanos fueron probablemente los mejores, más valorados, y temidos, luchadores en Grecia. En su momento, Esparta fue una grandísima ciudad, la más grande de este país, controlando unos 8500 km2 de territorio, y esto la llevó a rivalizar con otras tres grandes ciudades griegas: Tebas, Atenas y Corinto. Pero Esparta era especial, no era como las demás, igual que sus habitantes. Estaban hechos de otra pasta. Quizá porque según la mitología, fue uno de los hijos de Zeus, Lacedemonio, quien fundó la ciudad. Dió su nombre a toda la región, Laconia, y el nombre de su mujer, Esparta, a su ciudad principal.

¿Cómo era la sociedad espartana?

Podríamos decir que se basaba en un sistema de castas. La más baja la conformaban los ilotas, que básicamente, eran trabajadores del campo, pero en situaciones de cuasi-esclavitud, que vivían en las fincas espartanas, con muy pocos derechos. A continuación encontramos a los habitantes de los pueblos de Mesenia y Laconia que Esparta conquistaba. Estos ciudadanos, los llamados periecos, no tenían derechos políticos y normalmente se dedicaban a servir al ejército espartano.
Los verdaderos ciudadanos espartanos tenían un cometido claro, una profesión distinguida, que estaba reservada solamente para ellos: pertenecían al ejército o a la política. Ningún otro grupo podía dedicarse a estas labores. Los ilotas, a veces se revelaban contra los ciudadanos, pero estas rebeliones eran siempre sofocadas para poder continuar con este sistema social, que hacía de Esparta uno de los lugares más admirados del mundo clásico.
El grupo político que dominaba la ciudad estaba formado por 28 hombres, que debían reunir dos características: ser mayores de 60 años y haber sido excelentes luchadores. Este consejo de ancianos, se denominaba la gerusía. Los cargos eran vitalicios y la función de estos hombres era, ni más ni menos, que dirigir la ciudad, sirviendo también de Tribunal.

¿Cómo se preparaba un espartano para ser el mejor en la guerra?

Hay que entender que en Esparta los hombres y las mujeres no eran iguales. Eran seres totalmente distintos, con objetivos de vida muy dispares y con derechos muy diferentes. Los hombres tenían un objetivo claro: servir para luchar. Las mujeres otro: dar a luz a varones que sirvieran para luchar. Pese a estas diferencias, las mujeres espartanas tenían unos derechos que no tenían las mujeres de otras polis griegas, por ejemplo, podían poseer propiedades, o beber vino. De hecho, como muchos hombres morían en combate, las mujeres espartanas fueron algunas de las más ricas de la historia de Grecia, porque heredaban tierras que sí podían poner a su nombre y controlar.
Sin embargo, al margen de estos "privilegios" de los que una mujer no disfrutaba en ninguna otra polis griega, las mujeres espartanas estaban al servicio de los hombres y de la propia sociedad espartana -controlada exclusivamente por hombres, no olvidemos.
Su cometido era tener hijos varones y fuertes. Se ha especulado mucho con que cuando una mujer daba a luz, llevaban a ese niño a la gerusía, a ese consejo de sabios, que lo examinaba con atención. Si veían que el niño parecía fuerte y sano, se lo devolvían a su madre, si no, lo dejaban en las montañas a su suerte. Sin embargo, aunque sí que parece que Esparta, como muchísimas otras civilizaciones antiguas, hubiera practicado el infanticidio selectivo, no parece que esta teoría sea cierta, al menos al 100%, a la vista de cadáveres que se han encontrado en tumbas espartanas, de niños con malformaciones, o con algún tipo de defecto físico. Esto indica que, en verdad, sí cuidaban a los niños aunque no parecieran fuertes, hasta que morían, y que al menos no los abandonaban siendo bebés recién nacidos.

 

 

Sea como fuere, lo que sí se sabe a ciencia cierta es que los niños espartanos vivían con sus madres hasta los 7 años. A partir de entonces, dejaban sus hogares para ingresar en verdaderas academias militares, donde les enseñaban disciplina. Disciplina ante todo y sobre todo. Y para ello les enfrentaban al dolor cara a cara: les daban de comer sopa de sangre de cerdo a diario o les tenían un año entero viviendo descalzos y tan solo con una túnica blanca. Cualquiera que haya estado en el Peloponeso en invierno, como nosotros, sabe lo frío y lo lluvioso que es. Pero su cometido era aprender a obedecer hasta el extremo. Quejándose lo mínimo y anteponiéndo las órdenes a cualquier tipo de emoción o necesidad personal. Aprender a dejar de lado sus propios deseos, pensamientos y sentimientos, y seguir lo que está marcado, lo que "deben hacer".

Los matrimonios, en Esparta, eran concertados. Cuando una pareja se casaba, tampoco vivía junta. El hombre tenía que seguir su riguroso trabajo militar. Pero sí se les permitía dormir juntos.
Para que nos hagamos una idea de lo importante que era para un espartano su objetivo vital, y lo interiorizado que lo tenían, las propias madres, cuando despedían a sus hijos al irse a la guerra, les solían decir: "vuelve con tu escudo o en tu escudo". Y es que los espartanos muertos en combate eran traidos a su casa sobre su escudo. Sólo un cobarde que abandonaba la batalla soltaría su escudo y huiría. Por lo tanto, la dureza de esas madres, diciendo a sus hijos que vuelvan o vivos, con la vicotira de la batalla a sus espaldas, o muertos, nos eriza un poco la piel a las madres de hoy en día. Y más a las madres que fuimos a Esparta y contamos toda esta historia a dos niños de 7 y 4 años que alucinaban con que un sistema así pudiese haber existido en este planeta.

¿Y qué hicimos en Esparta?

Realmente en Esparta hay muy poco que hacer, a parte de ver la estatua y el mauseoleo de Leónidas.

¿Y quién era este tal Leónidas? Pues se trataba de un rey espartano, el famoso rey de los 300 espartanos. Resulta que los griegos se enteraron de que iban a ser atacados por los persas, por el ejército de Jerjes I. Y, como siempre, consultaron el oráculo de Delfos, para saber qué debían hacer. El oráculo respondió con unos versos bastante poco claros, la verdad, pero sí hacía referencia a leones y aludía a la muerte del rey. Los espartanos lo interpretaron a su manera. Para ellos estaba claro, Leonidas, rey de los espartanos, debía ir al desfiladero de las Termópilas, para frenar el avance de los persas, esperando a las demás tropas griegas que llegarían para combatir al ejército de Jerjes. Los griegos, en total, provenientes de todas las polis, eran 6.000, mientras que el ejército de Jerjés I contaba con 1 millón 200 mil individuos aproximadamente. Claramente había una importante ventaja numérica a favor de estos últimos. Leónidas lo sabía, al igual que también sabía que se estaba metiendo en una misión suicida. Aún así, reclutó solo a los mejores, a los varones descendientes de grandes combatientes. Y se fue con sus 300 al desfiladero de las Termópilas, tal y como le habían dicho, para frenar el avance persa esperando a que llegaran las demás tropas grigas.
Pero los griegos no llegaron como se pensó. Y Leónidas, vio más claro que nunca que esto no iba a acabar bien, por lo tanto, se cuenta que explicó la situación a sus espartanos, para que valorasen qué hacer, dándoles la opción de marcharse, aunque aún así les expuso que para él no era un motivo para rendirse ni para huir, que si había que morir defendiendo Esparta, que así fuese. Ninguno se rindió. Ningún espartano se marchó, así como ninguno sobrevivió tampoco.

 

 

Por lo tanto, éste es Leónidas, cuya estatua y mausoleo puedes ver en Esparta. Cuidado porque el mausoleo te pasará totalmente desapercibido. No está especialmente señalado en ningún lugar y no esperes nada grande. Literalmente son unas piedras sobre otras. No es el típico mausoleo que te viene a la mente al pensar en un rey. Se encuentra en una pequña plaza, entre las calles Agidos y Thermopilon. Ahí, directamente, a la vista de todos, sin cubrir ni proteger. Vallado eso sí, pero nada más.

La estatua de Leónidas sí la verás, ¿por qué? Porque es donde todo el mundo que va a Esparta va a hacerse una foto. Está en un lugar raro  también. Pareciera como que los espartanos colocaran todo al tun tun. Hay que cruzar una carretera, la calle Triakosion, y ahí la tienes. Solitaria. Impasible ante el paso del tiempo. Pero de algún modo inspira grandeza, inspira poder, todo el que seguro tuvo el rey. Su posición, la inclinación de su cabeza, su cuerpo atlético, su escudo, su casco. Leónidas, el rey de los Espartanos, que murió a los 60 años, por su ciudad, en las Térmopilas.

 

 

También puedes, si quieres y te sobra mucho, pero mucho, el tiempo, visitar las ruinas de la antigua Esparta. Se encuentran a las afueras de la ciudad y realmente son ruinas muy ruinosas. Esto significa que por mucho que dejes volar tu imaginación (y mira que yo lo hago) y quieras ver la antigua ciudad, no puedes. La entrada es gratuíta, obviamente, porque muy poco hay que ver. Se trata de un campo enorme lleno de piedras dispersas. Algunas con un poco más de estructura que otras, que quizá, si eres muy imaginativo y te gusta mucho la historia, te permitan intuir algún tipo de edificio o lugar de aquella grandísima ciudad que fue y que hoy se nos parece mucho mucho a un barrio de Madrid.