Seguimos con nuestra ruta por el Peloponeso y después de alguna que otra parada más técnica que otra cosa, llegamos a Monemvasía y nos instalamos en una playa cercana frente a la isla (porque Monemvasía como tal, es una isla, conectada por un puente y rodeada del mar de Myrtoan).

Allí encontramos mucha gente ya. Parejas, familias, gente sola. Todos en sus vehículos viviendas. 

Abrimos el maletero para sacar nuestro cubo y nuestra red de pesca y ¡sorpresa! un polizón con forma de gato sale disparado.
¿De dónde viene? Seguramente de la playa de Analipsi, cerca de Kalamata, donde habíamos estado unos tres o cuatro días, y justo desde donde veníamos. En Analipsi (como en toda Grecia) nos habíamos encontrado toda una colonia de gatos que vivían en los cubos de basura y venían a dormir debajo de la auto.  Como en casi todo nuestro viaje por Grecia, en Analipsi tuvimos mucha lluvia, y los gatos venían a refugiarse debajo de la auto durante la noche.
Intuimos que uno de ellos, se coló, quizá sin querer, quizá queriendo, en el maletero cuando metíamos todos nuestros enseres para preparar el viaje a Monemvasía. Sin darnos cuenta, debimos cerrar el maletero y allí se quedó.

Era un gato marrón rayado. Precioso. O por lo menos a nuestros ojos. Era el polizón perfecto. Nemo enseguida empezó a ladrarle. Se sorprendió más que nosotros, creo, de que un gato saliera del maletero. "¿Y este quién es? No le he visto en mi vida...", pensaría Nemo.
Como éramos su único grupo conocido, y al menos la auto le olería a él mismo. Se instaló con nosotros. Entraba en la auto solo cuando Nemo estaba fuera. Pero dormía en una manta que le pusimos justo debajo de la auto, igual que hacían sus amigos (o él mismo también) en Analipsi.
A veces iba a saludar a los vecinos y luego se nos acercaban diciéndonos que nuestro gato era muy sociable. Sí que lo era. 
Haberlo encontrado en Grecia le valió el nombre de Greco. Greco lo bautizamos en la playa de Monemvasía y Greco será para siempre.

 

 

Como siempre, por supuesto llovía. Llovía durante todo el día y apenas paraba unos minutos, alguna hora suelta. Salíamos como los caracoles en cuanto escuchábamos que las gotas dejaban de retumbar en nuestro techo. Volvíamos a meternos cuando empezaba a caer de nuevo. Greco hacía lo mismo. No le gustaba mojarse.

Dos días completos en la playa. Esperando una señal del dios del sol, Elios. Una señal en forma de día soleado que nos empujara a la pequeña isla diminuta, Monemvasía, que veíamos desde nuestro asentamiento.

Al tercer día, Elios nos mandó la señal y nos vestimos de gala. Pusimos rumbo a Monemvasía. Levantamos el campamento y Greco se quedó en la playa. No se quiso venir. No quiso entrar al maletero esta vez. 

Dejamos la auto en un parking justo antes de cruzar el gran puente, porque tras ese puente solo hay un pequeño aparcamiento en el que no cabíamos, y dudo que cupieran 3 coches pequeños a la vez. Así que lo caminamos. Lo caminamos y fue precioso. Campos de puerro y de hinojo en las laderas del puente. La mezcla de esos dos olores se me quedó grabada. 

Llegamos al final del puente, es decir, a la entrada del pueblo. Y de pronto, estás en otra época. En algún siglo entre el V o el X. Calles empedradas muy pequeñas (en Monemvasía no pueden circular vehículos a motor). Casas en las que el tiempo se metió y no quiso nunca salir. Tienditas, muchas, muchísimas. De recuerdos, de productos típicos, algunas más turísticas, otras más auténticas. Restaurantes. Muy ricos. Probamos dos y los dos nos encantaron. Nada de cadenas. Nada de comidas rápidas, ni siquiera un triste gyro. Una iglesia, Santa Sofía, con unas vistas al mar que no se te irán de la cabeza y una muralla que la rodea por completo. Ni un ápice de pueblecito queda sin amurallar. Este hecho le ha valido un título: la ciudad completamente amurallada y habitada más antigua de Europa. Ahí es nada.

 

 

Monemvasía se fundó en el siglo VI, sin embargo, todo el área que hoy ocupa esta ciudad y sus alrededores está habitada desde la época prehistórica. También hay evidencia de que anteriormente al siglo VI, en su momento, fue un importante puerto minoico, puesto que se han descubierto restos de un antiguo puerto bajo el agua que la rodea. Sin embargo no se sabe con certeza si estaba habitada como tal, con un asentamiento permanente o no.
Lo que sí se conoce es que a partir del siglo VI, los habitantes de la antigua Esparta (sí, Esparta, al igual que otras ciudades griegas fue abandonada, en este caso como consecuencia de una incursión eslava en el siglo VI) llegaron aquí y formaron un asentamiento permanente. 

La posición de Monemvasía en plena ruta marítima del Mediterráneo Orienatal la hizo ganar mucha popularidad e importancia durante la época bizantina, pero, como hoy en día, la popularidad también tiene su lado negativo. Numerosas incursiones piratas, visitantes indeseados y enfermedades de otros confines del mundo llegaron a esta pequeña ciudad del sureste del Peloponeso. Pese a todo. Monemvasía resistió. Firme. Amurallada. Preciosa. Y así consiguió subsistir hasta los siglos XI y siguientes, en los que empezó a ponerse más bonita todavía, con la iglesia de Santa Sofía por ejemplo, que es una verdadera preciosidad.


Pero no todo fueron alegrías y preciosidades por aquí. Muchos intentos de asediarla, muchas luchas de poder entre gobernantes, terminaron por hacer de esta ciudad una moneda de cambio entre unos y otros, hasta que en el siglo XV terminó en manos del Papa Pío XII, para luego, caer en manos de los venecianos, y hasta el mismísimo pirata Barbajora intentó conquistarla, junto con Nafplio. Así que sí. Terminó siendo otomana (Barbarroja obedecía las órdenes del Sultán). Y sus habitantes, que habían aguantado carros y carretas, decidieron que esto ya era la gota que colmaba vaso. Vale ser de Roma, vale ser de los venecianos, pero de los otomano...por ahí no pasaron y emigraron, regfugiándose en las islas de Creta y Corfú. Pocos quedaron allí. Pero los que quedaron fueron testigos de varios intentos de reconquista por parte de los venecianos, y después los otomanos (sí las guerras veneciano-otomanas fueron muchas), hasta que finalmente se hizo griega por hecho y por derecho, con la Guerra de la Independencia griega en el siglo XIX.

 

 

Sin embargo mucho de lo que fue Monemvasía fue destruido y cuando las aguas se calmaron, se gastó mucho dinero en restaurar edificios y calles. Esto, junto con la enorme inestabilidad política que vivió esta ciudad desde la Edad Media, Monemvasía, pese a ser el pueblo más grande de la región, estaba bastante deprimido.

A partir de la segunda mitad del siglo XX, esta pequeña localidad empezó a levantar la cabeza, gracias, fundamentalmente al turismo. Terrazas panorámicas al más puro estilo chill out. Restaurantes de diseño. Hoteles boutiques. Tiendas de todo y más aún. Todo lo que necesita un lugar para atrapar de lleno a un turista.
Monemvasía es un capricho. Sí. No es un lugar imprescindible en Grecia. No tiene anfiteatros. No tiene templos dedicados a los dioses ni nada de lo que uno va buscando a Grecia. Pero tiene encanto. Eso nadie se lo puede negar. Así que si tienes tiempo. Te encantará pasearte un día por sus calles. Admirar sus vistas. Bajar desde lo alto de la ciudad hasta la muralla y contemplar la belleza de este lugar. Lo infinito del mar. 

 

 

Cuando terminó el día, nos fuimos de nuevo a cruzar el puente hasta nuestra auto. Y desde nuestra auto hasta nuestra playa, donde nos esperaba Greco, hambriento, y desde donde le dimos de cenar comida de perro observando la pequeña isla de Monemvasía en el atardecer despejado de un día redondo.