Esta es la pregunta que más nos hacen. Irnos de manera indefinida, sin fecha de vuelta. Una vuelta al mundo en formato slow. ¿Es que no tenemos nada que hacer? ¿Es que estamos locos?

¿Qué nos llevó a tomar esta decisión?

Todo comenzó en el primer confinamiento, el de marzo. Teníamos dos viajes reservados, uno para Semana Santa y otro para el puente de mayo, y el de verano, que este año iba a ser un roadtrip de 20 días por Islandia, ya montado, a falta de reservar los vuelos.
Ni qué decir tiene que tuvimos que cancelar todo. Pero entonces sucedió. Algo nos hizo “clic” y entendimos todo.

El clic

Vivimos en la rueda del hámster. Eso es así. Nos levantamos pronto para ir a trabajar, para llevar a los niños al cole, para empezar el día, que cada ser humano intenta disfrutar y pasar lo mejor posible dentro de sus circunstancias, pero luego volvemos a casa tarde, ya cansados de todo un día lleno de tareas, reuniones, cafés y comidas rápidas, y ducha a los niños, habla un poco con ellos, pero sin dejar de pensar en que tienes que hacer la cena para que no se vaya muy de madre la hora de acostarles, que al día siguiente madrugan. Los acuestas al tiempo que tú misma notas que te vas quedando dormida mientras acabas los cuentos que tocaban esa noche. Mientras tanto, por la casa se oye a la otra persona cacharrear, recogiendo la cocina, el lavavajillas, adecentando el salón… En algún momento, pasadas las 11 sales del cuarto y te encuentras con la otra persona que justo se acaba de sentar, os miráis, os dais cuenta de que en menos de 8 horas os despertáis de nuevo, el sueño os invade, y acabáis por dirigiros dos frases y media y te encaminas al baño para lavarte los dientes y meterte en la cama. Mientras te arropas piensas “un día menos para el finde”. Y aunque quisieras pensar en algo más, no puedes, porque el agotamiento puede contigo y te duermes instantáneamente.

Un día menos para el finde. La peor frase de la historia. La frase que resume todo lo malo junto. Un día menos para el finde es un día menos de vida, un día menos para poder cumplir tus sueños, para poder hacer todo eso que deseas. Un día menos para el finde supone también la aceptación mental de que esperas muy poco de cinco días de la semana, supone que estás “regalando” cinco días, condenándolos por no ser finde.

Y luego miras a tus hijos, que crecen. La verdad es esa, que su infancia se pasa. Se va. Crecen y crecen muy rápido y un día menos para el finde es un día menos de su infancia.

 

 

Además, a todo esto, une por favor, una pandemia mundial, que te hace darte cuenta de muchas cosas, muchísimas, y una de ellas, para nosotros al menos, fue que todo puede cambiar de la noche a la mañana. Que en esta vida no hay nada seguro, salvo una cosa: que el tiempo pasa. Nada más, tu vida puede cambiar en un abrir y cerrar de ojos, tu salud, tu trabajo, tu casa, tu familia, todo. Ese fue el clic.

La materialización del clic

Dar la vuelta al mundo era un sueño que en nuestro caso siempre ha estado ahí, pero en una región algo escondida de nuestros cerebros. Tapado por millones de cosas y preocupaciones más inminentes, importantes, urgentes.
Nosotros nos conocimos en una época de nuestras vidas en las que ambos vivíamos fuera de España. Y después de aquello, hemos vivido también fuera en otras ocasiones.
Las Navidades de 2019 estuvimos muy cerca de irnos a vivir a Canadá, con una oferta de trabajo.

“Vivir fuera”, siempre verbalizábamos así un sueño que en realidad no era tal. Porque luego siempre venían las mismas conversaciones: ya, pero ya que vamos a vivir a Canadá, tendremos que buscar cómo tener tiempo para movernos, no nos vamos a quedar en un mismo sitio siempre, ya pero eso no se puede, estamos trabajando, ya pero tendremos que buscar cómo, si no, ¿para que nos vamos a ir?
Así siempre.

La materialización del clic vino cuando empezamos a comprender que no queríamos irnos a vivir fuera a seguir en la rueda del hámster pero fuera. Lo que queríamos era viajar sin fecha de regreso, dar la vuelta al mundo.
Vivir sin prisas, amando el martes igual que el viernes e igual que el domingo. Viviendo con nuestros hijos todas sus horas, no su día a día, sino su minuto a minuto. Disfrutando de su infancia, de sus sonrisas gratuitas, de sus miradas sin expectativas, de sus ojos curiosos libres de juicios que todo quieren ver y comprender, de las historias que se inventan, de las que no se inventan pero te hacen creer que se han inventado, de sus risas sonoras, de esas risas que se contagian más que cualquier virus, de sus manitas tocándote el pelo mientras duermen, sin horarios, sin remordimientos, por saber que estás viviendo la vida que estás soñando.
Enseñándoles el mundo en el que vivimos, dándoles la oportunidad de poder criarse en él, literalmente, de ser ciudadanos de todas partes, de conocer personas de distintos puntos geográficos, de aprender activamente, siendo parte ellos mismos, viendo con sus propios ojos lo que nos han explicado en los libros. Queremos darles la oportunidad de vivir una aventura que nunca olvidarán.

Una vez que pusimos nombre a todo lo que sentimos, a todo lo que soñábamos y a lo que queríamos, pasamos a la acción: pusimos una fecha de salida.
Era el primer paso y el más complicado. Tener una fecha, un deadline, te obliga a tener todo listo para ese día. Desde entonces, vivimos trabajando para que esto ocurra, montando nuestra vida para que se pueda sustentar sobre ruedas y en movimiento.
El clic está en tu cabeza, única y exclusivamente. La materialización de este clic esta en ti.