Mérida me sonaba de estudiar en el colegio que era la capital de Extremadura. Y además siempre me pareció raro. Porque Extremadura tiene dos provincias, Cáceres y Badajoz, pero resulta que su capital era Mérida. ¿Por qué lo pusieron tan difícil? El día que pisé Mérida lo comprendí.

Volvíamos de Cádiz, verano de 2021. Nuestros primeros meses de vida nómada nos los pasamos descubriendo un poco el mundo cercano a casa, a Madrid. Las citas para las vacunas Covid nos mantenían en estado de "no puedo irme muy lejos, que ya llega mi franja de edad". Así es que volvíamos a por nuestra segunda dosis después de unos días increíbles en las playas más alucinantes de la península. Hicimos un alto en el camino en Mérida. ¿Por qué? Pues porque pilla de paso entre Cádiz y Madrid.

Pero según bajé de la auto me saltaron todas las alarmas. Este lugar no era un lugar de paso.

Mérida es magia, es historia, es sorpresa, y cuando todo eso llega de repente y sin esperarlo, se saborea mucho más. Mérida ha sido mi gran descubrimiento.

Recuerdo perfectamente cuando llegamos. Aparcamos en la calle que bordea el muro del Anfiteatro. Era una calle con muchos coches aparacados, alguna furgo más, y en pleno centro. De las que me encantan para aparcar y entrar y salir estando en todo el meollo de la cuestión pero de las que no me gustan nada para dormir (por aquello del ruido de los coches que pasan justo a 50 centímetros de tu ventana mientras duernes).

Estábamos a viernes y además en plena temporada del Festival Internacional de Teatro que se celebra aquí cada verano, con lo cual el ir y venir de gente era increíble. Me gustan mucho las ciudades y más las ciudades con mucha vida, así que cuando estudiamos un poco la situación y vimos el percal, comimos (aún era pronto para nosotros, pero queríamos salir ya con todos los deberes hechos) y nos fuimos.

Lo primero que hicimos fue ir al Anfiteatro que estaba justo a nuestros pies. Está totalmente bordeado por una verja verde y rodeando la verja muchas arizónicas. Recuerdo que mientras bajábamos la calle mirábamos entre las arizónicas a través de la verja y veíamos columnas, piedras, y yo ya me moría de la emoción.

Cuando llegamos, preguntamos a la persona que estaba atendiendo en la entrada que qué había que ver en Mérida, como si de la Oficina de Turismo se tratase. Pero la mujer fue muy amable y nos explicó que exisitía una entrada conjunta a todo el complejo histórico de Mérida, que costaba 16 € para los adultos y gratis para nuestros hijos (hasta los 13 años los niños entran sin coste, a partir de los 13 y hasta los 17, pagan la entrada reducida que son 8€). Con esta entrada conjunta puedes entrar una sola vez al Teatro y al Anfiteatro Romanos, que están en el mismo recinto, al Circo Romano, a la Alcazaba Árabe, al Conjunto Arqueológico de Morería, a la Cripta de la Basílica de Santa Eulalia, a la Casa del Mitreo-Columbarios, a la Casa del Anfiteatro y al Centro de Interpretación del Templo de Diana. Obviamente la compramos. 

Antes de nada, y como para mí la historia es una parte fundamental de todo y conocerla nos hace comprender, quiero contaros (probablemente ya lo sabíais, pero yo no tenía ni idea hasta que llegé a Mérida), que esta ciudad fue fundada por el emperador Augusto bajo el nombre de Emérita Augusta (después ya derivó en Mérida). La fundó como colonia del Imperio romano donde enviar a los soldados eméirtos (de ahí su nombre) de las legiones romanas que combatieron en las guerras cántabras. Esto hizo que la ciudad de Mérida se convirtiera en una de las más importantes para el Imperio en Hispania (lo que hoy es España y Portugal).

 

 

¿Qué hicimos nosotros en Mérida?

Anfiteatro y Teatro

Lo primero, según compramos las entradas fue entrar al Anfitatro. Lo más impresionante, para mí, de todo, junto con la Alcazaba.

El Anfiteatro te transporta, te atrapa, te hace querer coger un escudo, una espada y empezar a luchar contra una fiera gigante, o contra el gladiador más experimentado del Imperio.

Este Anfiteatro, del siglo 8 a.C, tenía una capacidad para 5.000 peronas (el Coliseo, para hacernos una idea, podía albergar a 50.000). Aunque mucho más chiquitito, no está mal conservado y se pueden apreciar las puertas de entrada de los gladiadores, del público, la arena, en forma elíptica, y la primera fila de gradas. Quizá otra persona te diga que no merece tanto la pena. Yo disfruté como una enana.

A continuación pasamos al Teatro, que está al lado. Muy impresionante también. Lo mandó construir Agripa (sí, el Agripa del Panteón de Roma, que fue un cónsul), en el año 15 a.C, pero se ha remodelado con varios Emperadores posteriormente, introduciéndose así, nuevos elementos cada vez. El resultado es una absoluta maravilla, muy bien conservada (hay que tener en cuenta que cuando a Mérida llega el cristianismo, el Teatro se catapultó en arena por considerarse un lugar de culto a fiestas paganas), por lo que ha sido todo un trabajo de excavación y redescubrimiento. Aquí es donde tiene lugar el famoso Festival Internacional de Teatro, que cuando nosotros visitamos Mérida, justo estaba teniendo lugar.

Tren Turistico

Este es un plan al que mis hijos siempre nos acercan, de una manera u otra, y muchas veces caemos. Pero está bien, porque viene a ser como un mini tour guiado, express y motorizado por todo el centro histórico. La entrada de adultos cuesta 4,50 y la de niños 2,50. El recorrido duró media hora. Nosotros lo hicimos al atardecer y la luz era verdaderamente preciosa. Sale justamente de la puerta de entrada al recinto del Anfiteatro y del Teatro. Está bien para hacerte una idea de todo lo que esta ciudad tiene por ofrecer de un vistazo rápido. Otra cosa que nos gustó es que el tour es guiado, es decir, durante todo el trayecto, te van contando sobre lo que vas viendo.

Hora de cenar

Después de soñar que éramos gladiadores, y aprender los distintos tipos de ellos que había, dependiendo de qué armas pudieran usar, o de su procedencia. Después de conocer qué tipos de luchas se daban en el Anfiateatro, quiénes decidían qué espectáculo iba a haber, quién traía a los gladiadores, qué ganaban o qué perdían en función del resultado del combate. Después de pasearnos por el Teatro y soñar con volver a Mérida en pleno festival, con la entrada de una de sus obras en nuestras manos. Después de tomarnos un granizado de limón mientras esperábamos que el tren llegara a por nosotros. Después de recorrer Mérida motorizados y pensando a dónde queríamos ir mañana, después, justo después, nos fuimos a cenar. Caminando caminando llegamos al Templo de Diana. Un frontispicio con seis columnas impresionantes todo iluminado (ya era de noche) se alzaban en medio de una gran plaza. En la esquina de esa plaza hay una terraza que nos llamó por el olor. Se llama Columnata. Aquí cenamos. La cena fueron unas raciones, pero realmente no recuerdo de qué.

Lo que sí recuerdo era repetir lo flipante que era cenar con ese ambientazo frente a unas columnas del siglo I increíblemente conservadas. Se llama suerte.

La noche...entre música y aplausos

Después nos fuimos caminando de vuelta a la auto, pero pasamos por una heladería que tenía mucha cola. Nos paramos y buscamos en Google. Heladería Artesana Agustín Mira. Y sí, tenía fama. Tenía fama de tener muy buenos helados artesanos. Así que oye, un día es un día, y allá que fuimos a parar, a la cola. Había que celebrar que estábamos en Mérida. Aquí sí recuerdo lo que me pedí. Mi helado favorito, que es el de limón amargo, no lo encontré así que me fui a por otra de las cosas que más me gustan en el mundo, la horchata. Qué buena estaba. Los demás sí pidieron helado. Y con nuestra dulce adquisición nos fuimos a la auto. Ya sí que sí. Preparados para dormir. Lo que no sabíamos es que algunas obras empiezan muy tarde y nos dormimos, frente al Anfiteatro, escuchando risas, música, aplausos y otra vez, magia.

Alcazaba

Nos despertamos, al menos yo, enamorada de esta ciudad y con el soniquete de la música de la noche anterior en la cabeza. Recuerdo toda la prisa que metí a todo el mundo para salir a seguir descubriendo Mérida. Lo primero que hicimos fue ir a la Alcazaba. Lo tenía fichadísimo desde el tren turístico y me moría de ganas por entrar. Esta vez entramos en dos turnos porque los perros no son bienvenidos aquí, por lo que entramos los niños y yo, mientras Flo se quedaba con Nemo fuera, y en una segunda tanda, nos cambiamos los papeles.

¿Qué puedo decirte de la Alcazaba? Que es muy impresionante. Muy flipante, muy grande, muy perfecta, muy de todo lo bueno que te puedas imaginar.

Cambiamos de periodo. Olvidemos a los romanos. Saludemos a los árabes. La Alcazaba es la fortificación musulmana más antigua de la Península Ibérica. Se construyó justo frente al imponenete Puente Romano, por el que pasamos mil y una veces durante nuestra estancia en Mérida, en el siglo IX. La mandó construir Abderramán II para controlar la ciudad. Fortificada y con capacidad para albergar a tropas y tropas.

Lo mejor de la Alcazaba, para mí, el aljibe. Básicamente una cisterna subterránea, que baja y baja, y tu bajas por ella, hasta que llegas al frío y ves agua con peces. Sí, peces de verdad que viven en las profundidades del aljibe. En sus orígenes, era agua filtrada del Guadiana. Ahora ya no lo sé. La verdad. Seguramente solo agua con algunas carpas de colores que hizo que nos quedáramos un buen rato observándolas (también fuera hacía bastante calor y en el aljibe se estaba de lujo). Además de esto, puedes ver restos de casas, con sus habitaciones, todos los cimientos y las separaciones perfectamente a la vista, termas, columnas roamanas, restos de edificios visigodos. Todo esto y mucho más alberga la Alcazaba. 

Después de que nosotros nos quedáramos con Nemo mientras Flo hacía su visita, nos fuimos a comer, si te digo la verdad, no recuerdo dónde, pero sí que fue algo rápido porque la tarde la dedicamos a parquear, algo que hacemos mucho en cada lugar al que vamos.

Templo de Diana

Nuestro tercer día en Mérida fue el último. La cita para la segunda dosis era en dos días y teníamos que estar en Madrid, aunque nos hubiéramos quedado una semana más. Esa mañana la dedicamos al Templo de Diana, sí, aquel frente al cual cenamos la primera noche. Templo que se asoció erróneamente a esta diosa, porque cuando se descubrió se pensó que se utilizaba para rendirle culto. Pero no. En realidad servía para rendir culto al propio imperio. El Templo como tal no tiene mucho por dentro. Lo que se visita en realidad es el palacio del conde de los Corbos, un edificio renacentista que se construyó adyacente al Templo y que alberga algunos de los tesoros encontrados en él durante su descubrimiento. Mi opninión es que merece mucho más la pena por fuera que por dentro.

 

 

Basílica de Santa Eulalia

Lo último que vimos en Mérida fue la Basílica de Santa Eulalia que está algo alejada del complejo histórico. Esta basílica, con un pórtico románico que impresiona, y su cripta, son un tesoro. Se considera la primera iglesia construida en Hispania tras el emperador Constantino, que recordemos que fue el primer emperador en detener la persecución de los cristinanos y otorgar la libertad de culto a cualquier religión. La cripta alberga restos visigodos y romanos impresionantes, además del mausoleo de Santa Eulalia, la niña cristiana que murió quemada defendiendo su religión con tan solo 13 años. Una historia muy triste, pero que a Amelia le encanta y que me hace contarsela muchas veces.

Nos quedaron muchas cosas pendientes. Como siempre, en cada lugar al que vamos, por eso este no es el lugar ideal si quieres saber qué ver en Mérida. Esta solo ha sido mi Mérida. La mía, ni siquiera la nuestra. Sólo la mía, porque cada uno la recuerda de una manera y cada uno ha sentido emociones distintas en cada momento. Lo que sí os puedo asegurar es que Mérida nos encantó.

Los pequeños salieron de esta ciudad con la historia de Eulalia en la cabeza y con mil y una aventuras de gladiadores y yo deseando volver a Roma, algo que cumpliría el mes siguiente. Pero eso ya es otra historia.