Después de nuestro paso por Esparta, seguimos subiendo por el interior del Peloponeso. Nos vamos aproximando a la salida de esta península, que tan llena de tesoros está.

Nuestro destino está a unos 100 km de Esparta, y no es otro que Micenas. Aquí si que no hay ciudad, como en Esparta. Micenas está en el medio de la nada, bien escondida entre las colinas de Argólida ¿Lo imaginas? Campo, mucho campo, y en medio: un tesoro. Uno de los complejos arqueológicos que más nos gustó de Grecia. Así que aquí sí que merece la pena que vengas si tienes un ratito por el Peloponeso.

¿Qué hay para ver en Micenas?

Micenas como tal, la ciudad que tenemos en mente después de ver Troya, no existe a día de hoy. Si te acercas hasta aquí tendrás que pagar 12 euros (6 si vas en temporada baja) para acceder al complejo arqueológico y al pequeño museo que lo acompaña, donde podrás ver muchos de los tesoros encontrados en las ruinas de esta ciudad que tuvo un grandísimo apogeo durante más de 400 años. Micenas fue una importantísima ciudad-estado. Una de las más grandes e influyentes, tanto fue así que hasta dio nombre a todo un periodo de la historia de este país, el periodo micénico, que ubicamos entre el 1700 y el 1100 aC. Pero su esplendor no fue solo responsabilidad de esta ciudad. Micenas fue su ciudad principal, pero el periodo micénico significó mucho más. Se trató de toda una civilización, con una identidad propia que se reflejaban en el arte, la arquitectura, y la sociedad de la época. Dicen que la cultura micénica fue muy austera y que estuvo más militarizada que otras griegas del momento. Pero lo cierto es que se trataba de una sociedad muy sofisticada y compleja con un fuerte influjo de los minoicos de Cnosos, en Creta.
Para que os hagáis una idea del poder que tuvo esta sociedad, los micénicos eran muchos, se extendían por gran parte del Peloponeso. Ciudades como Esparta, de donde venimos nosotros, o Pilos, que también visitamos y de la que os hemos hablado aquí, Tebas, o Atenas, pertenecieron a la sociedad micénica.

 

 

La antigua Micenas estaba construida sobre una colina y fortificada. Por esta colina puedes caminar y caminar a día de hoy, observando todo lo que tiene por ofrecerte: restos de palacios y demás construcciones, tumbas, fosas o secciones de murallas, como la famosa Puerta de los Leones, típica estampa que aparece en todas partes cuando se habla de los restos arqueológicos de Micenas. Esta famosa puerta era en realidad la puerta de entrada a la ciudad. Se trata de una maravilla de 3 metros de altura coronada por una columna que sostienen dos leones. A ambos lados de esta puerta se extienden las increíbles murallas (o los restos que quedan de ellas), que se llamaron Murallas Ciclópeas por su tamaño impresionante (ten en cuenta que en algunas partes la muralla alcanza unos 8 metros de espesor). Se llamaron así porque según la leyenda, fueron construídas con la ayuda de un cíclope, y es que, ¿quién si no podría haber construído unas murallas semejantes?

¿Y Agamenón?

Sí. Micenas y Agamenón están íntimamente ligados. ¿Por qué? Pues por Homero, que ubica a este personaje como el rey de Micenas y uno de los héroes de la Guerra de Troya. Una vez que atraviesas la Puerta de los Leones llegas al llamado Palacio de Agamenon, donde puedes ver incluso restos de las habitaciones privadas de quienes vivieron aquí. A las afueras de este complejo, bajando un poco la colina, vas a ver una estructura que recuerda a una pirámide subterránea, se llama Tesoro de Atreo, o Tumba de Agamenón. Se la conoce así porque se creía que era en este edificio circular, que impresiona mucho cuando entras, donde estaba enterrado el gran rey de Micenas, Agamenón.

Como Homero se dedicó a mezclar de todo en su obra, la Ilíada, donde lo mismo te aparece una divinidad como un hecho histórico, el mundo griego estaba hecho un lío y nadie dudaba de que Atreo fue un gran rey de Micenas, al que luego sucedió su hijo, Agamenón, que fue quien llevó a los griegos a la guerra de Troya para recuperar a su mujer, Helena, a quién había raptado supuestamente Paris, hijo de Príamo, rey de Troya.
Esto ha intentado ser demostrado en numerosas ocasiones a medida que se iban haciendo descubrimientos en torno a los restos arqueológicos de Micenas. 

Pero, ¿qué se sabe exactamente de esta tumba?

Se sabe que fue construída hacia el 1250 aC y que es una obra maestra de la arquitectura funeraria micénica, de una estructura muy compleja y detallada, con un pasillo de entrada de 37 metros de largo, seguido de una cámara principal de hasta 13 metros de alto y luego de una cámara secundaria. La estructura está excavada en el interior de una colina y tiene una planta circular con una bóveda puntiaguda, de ahí que parezca una especie de pirámide subterránea.

 


Fue un arqueólogo alemán, Heinrich Schliemann, quien en realidad era un grandísimo aficionado de la historia y de la de la guerra de Troya en particular - de hecho fue él quien descubrió las ruinas de la ciudad de Troya - el que descubrió esta tumba. Y cuando lo hizo, estaba llena de tesoros, lo que le llevó, obviamente, a pensar que se trataba de la tumba del mismísimo Agamenón, rey de Micenas en los tiempos de la guerra de Troya. En este entorno, el arqueólogo encontró también otros cadáveres, en lo que se conoce como la Línea A de tumbas del complejo arqueológico que hemos visitado arriba, antes de bajar a la tumba de Agamenón. Junto con esos 19 cadáveres de adultos encontró 3 máscaras mortuorias, en oro, y otros muchos objetos valiosos, por lo que se entiende que todos esos cuerpos pertenecieron a gente de la realeza del momento. Schliemann no dudó en denominar a una de esas máscaras la máscara de Agamenón, que puedes ver en el Museo Arqueológico Macional de Atenas. 

Sin embargo, estudios posteriores han demostrado que dicha máscara data del siglo XVI aC y por lo tanto era muy antigua para ser del rey Agamenón, teniendo en cuenta que la guerra de Troya se ubica, aproximandamente en el siglo XIII aC.
Lo mismo sucedió con los cuerpos encontrados en la Tumba de Agamenón. Por fechas, ninguno encaja con el momento en el que el rey supuestamente vivió.

Con lo cual, pese a que a día de hoy sabemos que aquí no estuvo enterrado Agamenón -de hecho no existen pruebas fehacientes que nos aseguren la existencia de este personaje - sí sabemos que los cuerpos pertenecieron a miembros relevantes de la sociedad micénica, primero por los objetos con los que se los enterraron y segundo porque fueron enterrados en el monumento mortuorio más grande de todo Micenas.

Nuestro día caminando entre estos restos llega a su fin. Hemos dedicado unas 4 horas para todo en total. Para verlo con calma, leyendo todo.  Buscando información a cada paso que dábamos sobre dudas que se nos iban planteando. Apuntando lo que averiguábamos y lo que veíamos. Caminando, con dos niños, a su paso, hasta la Tumba de Agamenón, deteniéndonos dentro de este imponente monumento funerario, mirando hacia arriba y descubriéndote dentro de una tumba real. No podemos dejar de recomendar Micenas. Es una maravilla.